http://www.elmundo.es/internacional/2018/03/29/5abcb274e2704e8d3c8b4578.html
Siendo todavía una niña Malala comenzó a escribir en un blog de la BBC en el que denunciaba las discriminaciones que sufrían las niñas y mujeres a manos de los talibán que controlaban el valle de Swat, su hogar, al norte de Pakistán. Su fama creció entre la prensa hasta que un día en 2012, al volver de la escuela, un miembro del grupo Tehrik-i-Taliban (TTP) se acercó a ella y le disparó en la cabeza. Tenía 15 años. Los talibán no sólo no acabaron con su vida, sino que hicieron su voz mucho más fuerte: crearía una fundación con su nombre y dos años después ganaría el Premio Nobel de la Paz, convirtiéndose en la persona más joven en conseguirlo. Desde el atentado, Malala vive en Londres con su familia y ahora estudia filosofía en la Universidad de Oxford.
"Bienvenida a casa, Malala. (...) El mundo entero te dio honor y respeto y Pakistán también lo hará. Este es tu hogar", afirmó en su intervención el primer ministro Abbasi, que se ha comprometido a velar por la seguridad de la joven durante su viaje de cuatro días en Pakistán. Un viaje del que se conocen pocos detalles precisamente para evitar ponerla en peligro. Según fuentes del séquito que la acompaña citadas por Reuters, Malala tenía intención de viajar a la zona montañosa de Swat para reencontrarse con sus orígenes, pero la opción parece descartada porque las amenazas contra ella no han prescrito entre los extremistas. Tampoco es bien recibida entre los más conservadores, que creen que la Premio Nobel viaja por el mundo dando una mala imagen de su tierra natal.
Malala, "la ciudadana más famosa del país", ha vuelto a un Pakistán donde la violencia ha disminuido (alrededor de 1.200 muertos en 2017, una cifra baja si se compara con los años anteriores) al tiempo que se han intensificado las operaciones contra los insurgentes. En palabras del mandatario Abbasi, "Pakistán está librando la mayor guerra contra el terror. Más de 200.000 soldados participan en ella". Ella insiste: "Quiero poder moverme libremente por las calles, hablar con la gente en paz, sin miedo".
La campaña por la educación que promueve la activista sigue en la lista de deberes pendientes. En los últimos años, los grupos insurgentes han llevado a cabo varias matanzas en universidades y escuelas, como el atentado de 2014 en el colegio de Peshawar, en el que murieron 125 niños. Organizaciones como Human Rights Watch denuncian que 25 millones de menores pakistaníes no pueden ir a la escuela por este tipo de ataques. El objetivo, en muchas ocasiones, es impedir que las niñas estudien en un país donde la mitad de las mujeres son analfabetas.
Malala deposita toda su confianza en los jóvenes. "El mayor recurso que tenemos", dice. Y recalca la necesidad de invertir en la educación: "Espero que todos podamos unirnos en esta misión para mejorar Pakistán, para que nuestra generación futura pueda recibir la educación adecuada y las mujeres puedan empoderarse, trabajar, levantarse por sí mismas y ganar para sí mismas. Ese es el futuro que queremos ver".
En octubre de 2012, Malala Yousafzaituvo que dejar Pakistán para salvar su vida después de recibir un disparo en la cabeza a manos de un talibán. Se fue de su país sin despedirse -la trasladaron estando todavía inconsciente-, para ser tratada en un hospital de Reino Unido. Ahora, por primera vez desde entonces y convertida en una voz mundialmente conocida en defensa de la educación de las niñas, la activista ha vuelto a su tierra natal arropada por su familia y rodeada de fuertes medidas de seguridad.
"Durante los últimos cinco años he soñado con regresar a Pakistán", afirmó, visiblemente emocionada, en un discurso televisado en la oficina del primer ministro, Shahid Khaqan Abbasi, con el que previamente se había reunido. "Hoy es el día más feliz de mi vida porque he regresado a mi país, he pisado el suelo de mi nación otra vez y estoy entre mi propia gente". La activista, que al hablar intercalaba el urdu, el pastún y el inglés, no pudo aguantar las lágrimas.
Siendo todavía una niña Malala comenzó a escribir en un blog de la BBC en el que denunciaba las discriminaciones que sufrían las niñas y mujeres a manos de los talibán que controlaban el valle de Swat, su hogar, al norte de Pakistán. Su fama creció entre la prensa hasta que un día en 2012, al volver de la escuela, un miembro del grupo Tehrik-i-Taliban (TTP) se acercó a ella y le disparó en la cabeza. Tenía 15 años. Los talibán no sólo no acabaron con su vida, sino que hicieron su voz mucho más fuerte: crearía una fundación con su nombre y dos años después ganaría el Premio Nobel de la Paz, convirtiéndose en la persona más joven en conseguirlo. Desde el atentado, Malala vive en Londres con su familia y ahora estudia filosofía en la Universidad de Oxford.
"Bienvenida a casa, Malala. (...) El mundo entero te dio honor y respeto y Pakistán también lo hará. Este es tu hogar", afirmó en su intervención el primer ministro Abbasi, que se ha comprometido a velar por la seguridad de la joven durante su viaje de cuatro días en Pakistán. Un viaje del que se conocen pocos detalles precisamente para evitar ponerla en peligro. Según fuentes del séquito que la acompaña citadas por Reuters, Malala tenía intención de viajar a la zona montañosa de Swat para reencontrarse con sus orígenes, pero la opción parece descartada porque las amenazas contra ella no han prescrito entre los extremistas. Tampoco es bien recibida entre los más conservadores, que creen que la Premio Nobel viaja por el mundo dando una mala imagen de su tierra natal.
Malala, "la ciudadana más famosa del país", ha vuelto a un Pakistán donde la violencia ha disminuido (alrededor de 1.200 muertos en 2017, una cifra baja si se compara con los años anteriores) al tiempo que se han intensificado las operaciones contra los insurgentes. En palabras del mandatario Abbasi, "Pakistán está librando la mayor guerra contra el terror. Más de 200.000 soldados participan en ella". Ella insiste: "Quiero poder moverme libremente por las calles, hablar con la gente en paz, sin miedo".
La campaña por la educación que promueve la activista sigue en la lista de deberes pendientes. En los últimos años, los grupos insurgentes han llevado a cabo varias matanzas en universidades y escuelas, como el atentado de 2014 en el colegio de Peshawar, en el que murieron 125 niños. Organizaciones como Human Rights Watch denuncian que 25 millones de menores pakistaníes no pueden ir a la escuela por este tipo de ataques. El objetivo, en muchas ocasiones, es impedir que las niñas estudien en un país donde la mitad de las mujeres son analfabetas.
Malala deposita toda su confianza en los jóvenes. "El mayor recurso que tenemos", dice. Y recalca la necesidad de invertir en la educación: "Espero que todos podamos unirnos en esta misión para mejorar Pakistán, para que nuestra generación futura pueda recibir la educación adecuada y las mujeres puedan empoderarse, trabajar, levantarse por sí mismas y ganar para sí mismas. Ese es el futuro que queremos ver".